Cuando somos niños no tenemos control sobre el desarrollo de nuestra propia personalidad, no somos seres suficientemente maduros para configurar nuestro modo de ser, por lo que estamos prácticamente a expensas de la influencia de nuestra familia y del entorno socio cultural en el que nos criamos. Según crecemos, vamos teniendo la posibilidad de asumir el control, de moldearnos y de compensar aspectos dañinos de nuestra vida. Por tanto, la personalidad y, por ende, el cómo vemos y sentimos nuestro mundo y nuestro futuro futuro, está determinada por la historia que tenemos detrás y por el contexto en el que nos hemos criado.
Nadie nace siendo de un modo concreto, todo se absorbió, se aprendió y se convirtió en la persona que somos actualmente. La buena noticia es que podemos seguir cambiando, aprendiendo, corrigiendo nuestras lagunas emocionales y reforzando nuestras virtudes. También es cierto que lo esperable en nuestro proceso de cambio es que aparezcan las resistencias lógicas. Tal como expuse en el post La resistencia al cambio, a veces cuesta modificar nuestro modo de vernos y afrontar el mundo. Llevamos toda la vida siendo como somos, lo normal es que los cambios cuesten, den un poco de vértigo y generen miedos o inseguridad.
Pero no lo olvidemos, la personalidad del ser humano es plástica, muchísimo más de lo que nunca se había pensado. El modelo biologicista, al menos su ala más ortodoxa, nos llevó a pensar, en un pasado no tan lejano, que si el ser como eres no “se te pasa” es que tienes una patología para siempre, inmutable, por la que además debes medicarte, de lo contrario estarás condenado a soportar sus achaques. Nada más lejos. Dificultades de carácter emocional o psicológico no son problemas crónicos, no son como una diabetes crónica, son aspectos que se modifican a través del trabajo personal o terapéutico.
Afortunadamente los profesionales, al igual que el ser humano a lo largo de su vida, van cambiando; la experiencia clínica y la investigación va demostrando, cada vez de un modo más contundente, que el factor biológico es casi despreciable de cara mejorar aquello que ocurre a nivel psicológico o emocional. Yo en mi caso, así lo he apreciado también, he visto gente con muchos niveles de gravedad que a través del trabajo en terapia pudieron cambiar todo aquello que se propusieron cambiar.
Ya comenté en los posts El fin del diagnóstico psiquiátrico, la decadencia del tratamiento farmacológico y El límite entre lo normal y lo patológico, los múltiples peligros del diagnóstico en psicología o psiquiatría, las consecuencias derivadas de colgar un san benito que marca, que condiciona y que define cómo uno es. No me cansaré de defender la idea de que no somos aquello que un profesional dice que somos. Somos como somos debido a la influencia de nuestra historia de vida, simplemente nos pasan cosas dado nuestro bagaje a través de dicha historia y, además, esas cosas se pueden mirar con ojo crítico, se pueden trabajar y modificar. Somos plásticos, insisto, no somos personalidades crónicas.
Que nadie piense que está condenado a padecer emocionalmente, a vivir una ansiedad crónica, a sentirse menos capaz. Nuestra plasticidad permite reprogramarnos, darle una vuelta a nuestra historia personal y armar el puzzle de nuevo. Colocar cada pieza en su justo lugar para llegar a entender y aceptar cómo soy, por qué soy así, qué puedo cambiar y con qué me quedo.
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Muchas gracias por este Blog la lectura es muy ligera y me ha ayudado mucho hoy que lo necesitaba.