Escritores de novela negra como Ellroy, Chandler o Stieg Larsson, con infancias difíciles, e incluso violentas, con historias familiares complejas, supieron convertir toda esa tensión acumulada en ficción. Y por ahí liberaron parte de ese lastre que con el tiempo se nos amarra a los tobillos. Gracias a esas creaciones pudieron sobrevivir a su historia y, con mejor o peor final, sacaron partido a la misma.
Luego, poetas como Bukowski, David Gonzalez o Karmelo C. Iribarren hicieron algo similar, esta vez convirtiendo las cloacas de su biografía, lo que podría haberse convertido en una condena de por vida, en poesía. Versos transformadores, catárticos, que ayudan a poner fuera lo que late dentro; que daña y deja hoscas secuelas si permitimos que bucee por nuestras profundidades dando tumbos.
Ya que está aquí, transformémoslo en arte, parece ser la filosofía liberadora del artista.
Hay miles de ejemplos: otros escritores, pintores, músicos, grafiteros, humoristas, periodistas… Hay una horda de grandes creativos enseñándonos su arte, colmando de plenitud nuestras inquietudes a través de su obra.
Sigamos su ejemplo, saquemos nuestra creatividad a paseo, que todo lo que hierva dentro se canalice al fin. Una vez en su destino final, seguro que vemos la película de nuestra vida de un modo distinto.
No tenemos por qué ser artistas, la creatividad tienen muchos, infinitos, formatos. No hacen falta grandes talentos para ponerse a ello. Aunque sé que nadie nos enseña creatividad en la escuela, lo que obstaculiza lo que hoy recomiendo, sin embargo, hay una receta que nunca falla: darse cuenta de lo que uno lleva en la mochila y dejarse llevar. Nada mas y nada menos. Es cuestión de ir probando a ver qué sale.