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Max y el cambio de rumbo. Capítulo final

    Como dos adolescentes en celo, iniciaron un juego de manos que prendió más aún la leña que ardía ya en cada uno de ellos. Se sobaron por debajo de las chaquetas disimulando torpemente lo que estaba ocurriendo ante el resto de los pasajeros del tren, que fingían a su vez no enterarse de nada. Cuando llegaron a su destino estaban tan excitados que bajaron del tren y comenzaron a andar tan deprisa que casi corrían. Tenían un incendio que apagar.
    – Vamos a tu casa, que está más cerca -dijo María, tirando de la mano de Max.
    – Claro, además va a estar calentita, dejé unos cuantos troncos en la estufa antes de irme.
    Llegaron al ático y, efectivamente, la casa estaba caldeada, de hecho, hacía bastante calor. El crepúsculo se colaba por las ventanas y daba al piso un aire místico y relajante. Se quitaron los abrigos, los depositaron sobre una silla y comenzaron a desnudarse el uno al otro. No hubo rituales ni transiciones. Se quedaron de pie, mirándose, completamente desnudos y acariciándose suavemente con las manos. Se dirigieron a la cama y comenzaron a subir poco a poco la intensidad de sus movimientos, la fuerza de sus caricias.
    No quedaba un rincón sin explorar de sus cuerpos cuando María se dio la vuelta, apoyó las manos sobre la cama e hizo un sugerente gesto que a Max no le costó ni un segundo interpretar. Comenzaron a hacer el amor.
    Ambos se movían acompañando al otro en su deseo, sudaban y soltaban leves gemidos, sumiéndose en un trance que les hacía fluir como al compás de una melodía que sólo ellos escuchaban.
    – Déjame encima, cariño -susurró María, volviendo la cabeza hacia Max.
    Max se tumbó bocarriba, María se puso encima y comenzó a moverse primero con suavidad, luego intensamente. Elevó los brazos y sus manos se encontraron con las vigas de madera que se cruzaban encima de su cabeza y que formaban el abuhardillado techo de la casa. Se agarró fuertemente a una de ellas, adquiriendo así más control sobre el ritmo de sus movimientos. La intensidad seguía subiendo, ambos se encontraban al límite. Max quería esperar a que María llegase, cruzar juntos el umbral. Tuvo que engañar a sus sentidos, dejar de centrarse en la visión que le mantenía tan excitado: María moviendo rítmicamente su cuerpo agarrada a las vigas, expresando con su rostro el abandono total al placer del sexo. Cerró los ojos y sólo los abrió cuando escuchó que la levedad del gemido de ella se convertía en un grito agudo, casi ahogado. Max se abandonó también. Llegaron juntos.
    Tras la tormenta llegó la calma. María se desmoronó lentamente sobre el pecho de Max y se abrazaron en silencio, notando como, paulatinamente, la respiración propia y la del otro se tornaba más calmada.
    Finalmente separaron sus cuerpos y Max fue el primero en ir al baño a lavarse, regresó a la cama y se tumbó de nuevo. María hizo lo propio y cuando volvió comenzó a recuperar su ropa, que andaba distribiuída por todo el piso: el vestido aquí, las bragas allá, el sujetador sobre una silla… Max la miraba tranquilo, pensativo.
    – Porque no te quedas a dormir, con lo bien que se está aquí ahora mismo, es casi el paraíso. ¿No crees?
    – Prefiero que no, Max, ya sabes.
    – ¿Quedarse a dormir conmigo quebrantaría tus sagradas normas sobre el uso y abuso del follamigo? -Preguntó Max con un tono descaradamente irónico- Prometo no pedirte matrimonio ni correr a comprar flores cuando me despierte.
    – Prefiero irme a casa, de verdad.
    – Bueno, bueno, no te pongas tan seria, que estoy de coña. Solamente es que me da pena que te marches ahora, después de un gran polvo, lo agustito que se está en mi casa y el frío que hace ahora en la calle.
    Pero María, que parecía temer dar más explicaciones, si es que hacían falta, continuó recogiendo sin decir nada más y se vistió.
    Se dieron un beso en la boca y un cálido abrazo de despedida, sonriéndose, comunicando sin palabras lo mucho que habían disfrutado hoy. María abandonó el ático y Max sólo pudo sentir bienestar por el día vivido, tan redondo y completo. ¿Qué más se podía pedir?
    Pasó quince o veinte minutos deambulando desnudo por el piso, tumbándose en la cama a cada rato, rememorando la jornada, pensando en otras cosas también. Al final se puso el pijama, echó un tronco a la estufa, se preparó un tazón de leche con cacao y cereales, se acurrucó en el sofá y puso la tele. Daban un documental bastante interesante, sin embargo, cuando se terminó la improvisada cena recogió y se metió en la cama a leer.
    El silencio que reinaba en el piso era cuidadosamente decorado por el crepitar del fuego sobre las ascuas y la leña aún sin consumir. No tardaron en cerrársele los ojos.
    Durmió de un tirón.
    A primera hora de la mañana, como siempre, Max despierta. Sin apenas darse cuenta está vestido, casi preparado para salir. Se abriga y se marcha a correr. Hoy se siente ligero, como si fuera flotando por la tierra. Se sorprende de su propia velocidad de carrera, sobre todo porque ni siquiera nota que su respiración se agite. Ante tal sensación de poder sube aún más el ritmo. No puede creerse lo rápido que va, incluso subiendo el mismo tramo de ayer, la parte más complicada y exigente del recorrido, se siente como nuevo. Una vez arriba, da la vuelta y comienza a bajar. Cuesta abajo sus piernas se mueven veloces, es como si sus músculos estuvieran anestesiados, como si pudiera llevar el cuerpo más allá de sus límites. De repente, nota como sus pies se despegan del suelo, comienza a elevarse. Mueve aún mas rápido las piernas, cuanto más rápidamente las mueve más alto asciende. Ya está sobrevolando las copas de los árboles, de hecho, tiene que encoger las rodillas para no estrellarse con un pino, que termina por acaricaerle el trasero con sus ramas más altas.
    El bosque se hace cada vez más pequeño a sus ojos. Decide dirigirse hacia las casas que se encuentran un par de kilómetros más allá. Divisa la casa de Begoña. ¡Cuánto tiempo sin pasar por allí!, la última vez que visitó ese barrio sintió una punzada en su corazón, sentimientos de pena y nostalgia le dejaron algo tocado ese día; pero hoy no puede sino sentir regocijo y placer por lo que ya pasó. Recuerda momentos felices con ella sin ninguna amargura, sonriendo alegre ante la certeza de que aquello ya dejó su huella maravillosa, cumpliendo una función esencial en su vida, un aprendizaje para siempre. Hoy no es triste ni penoso su recuerdo, todo lo contrario. Ya pasó. Bien está.
    Inclinando su cuerpo ligeramente vira a la derecha, camino a la gran ciudad. Sin pretenderlo se encuentra con la sede de su antigua empresa, desciende unos ochenta metros y se asoma cuidadosamente, sin ser visto, a los ventanales de los pisos superiores del edificio. Ve a sus jefes y antiguos compañeros, los primeros con cara de pocos amigos, los segundos con semblante triste, tenso. Siente pena por todos ellos, por todos, es curioso. Nunca había sentido lástima por sus jefes.
    De pronto, una eléctrica sensación de alivio recorre su cuerpo. Alarga el cuello, eleva los brazos y vuelve a las alturas, lo que tiene un efecto inmediato sobre su ánimo. Comienza a reír, risa que en un instante se convierte en una abierta y libre carcajada. Deja que su voz escape con potencia de la garganta y se descubre riendo igual que un loco.
    Gira su cuerpo y orienta su cabeza, que hace las veces de timón, nuevamente hacia su casa. Aminora la velocidad de vuelo y se para a disfrutar un poco del trayecto. Nota algo, un sonido, cada vez más intenso, un fragor se acerca a gran velocidad y se vuelve casi insoportable. El sonido, que parece hacerle estallar, le atraviesa, y Max se da cuenta de su procedencia, mira hacia arriba y localiza a su dueño. Un avión cruza el cielo quinientos o seiscientos metros por encima de él y se aleja, llevándose el fragor, que se atenúa hasta quedar, segundos más tarde, prácticamente inaudible.
    Poco después desciende y, moviendo lentamente sus piernas en el aire, como si caminara, aterriza en la terraza de su piso. Pasa de dar pasitos en el aire a darlos en el suelo, hasta que con un pequeño salto consigue frenarse, apoyando los dos pies a un tiempo y poniendo de este modo fin a su paseo aéreo.
    Entra en casa algo desorientado. Por extraño que parezca no se plantea la lógica de lo que acaba de ocurrir, se comporta con naturalidad. Pero se siente algo cansado, demasiada adrenalina consumida en tan poco tiempo, así que se sienta en la cama. Comienza a escuchar de fondo una música que le hace sentir bien. La reconoce rápidamente, son los Beatles y la canción es here comes the sun, es el tema que programó como alarma en su despertador. Mira el aparato y ve que son las nueve y media de la mañana. La alarma estaba programada para las siete y media, por lo que es absurdo que suene ahora. No importa, piensa, de hecho se alegra de que el despertador haya fallado, le encanta esta canción.
Little darling, it’s been a long cold lonely winter
Little darling, it feels like years since it’s been here
Here comes the sun
Here comes the sun, and I say
It’s all right
 
Little darling, the smiles returning to the faces
Little darling, it seems like years since it’s been here
Here comes the sun
Here comes the sun, and I say
It’s all right 
    El tema se escucha cada vez más alto y Max permite que su despertador lo reproduzca hasta el final. Se echa hacia atrás y queda bocarriba, con la vista puesta en las vigas de madera del techo. Se emociona con la canción, siempre le emociona esa canción.
    La cama, en su desorden, le hace recordar lo que pasó anoche. Ladea la cabeza e inspira profundamente. Todavía huele a ella.
    Mira a su alrededor, sus ojos ahora comienzan a ver de un modo raro, como si el entorno comenzase a difuminarse. Todo se vuelve más borroso… o más luminoso.
    Decide cerrar los ojos. Al cerrarlos aquí siente que los abre en otro lugar.

 

9 Comments

  1. Anonymous dice:

    espera que lo lea dos veces más….. está muerto en realidad?? sueña???? vuela????? si vuela es la caña y lo prefiero a las otras dos opciones…
    Bss Mayte
    Pd: me puedes imaginar entonando otra otra otra, Venga va q yo tb quiero saber + de Max

    • Diego Sango dice:

      Puedes imaginar cualquier final pero hay pistas al principio del relato que, al menos, hacen concretar como esta nuestro amigo tras el vuelo. Ahí lo dejo. 😉 El resto lo puedes poner tu.
      Me alegra mucho ver que lo hayas seguido con tantas ganas.
      Besos

  2. Pues si, al final me gustó mucho, y hubiera leido mas. Me cae bien Max, y yo creo que vuela, si quiere…vuela¡. Venga el proximo relato, que estas tardando.

    • Diego Sango dice:

      En tu caso me alegro especialmente del comentario, puesto que no te moló mucho el primer capítulo.
      Gracias por haberle dado una segunda oportunidad al relato.
      Muchos besos

  3. Noelia dice:

    Me he leido los tres capítulos del tirón y me han encantado. Max es un tío sensato y coincidimos en el punto de vista del trabajo. Espero con impaciencia más capítulos o más relatos. Enhorabuena!

    • Diego Sango dice:

      Me temo que la historia de Max se termina aquí. El hecho de que la gente se haya quedado con ganas de más era un poco la idea, un tanto sádica por mi parte quizás. Pero, al fin y al cabo, los cambios vitales como el de Max suponen justo eso: incertidumbre y ansiedad por lo que venga después. Mi intención era que el lector, acompañando a Max, participara de esas sensaciones también. Todo queda abierto a lo que pueda pasar después, solamente se puede imaginar lo que vendrá después de las decisiones que se toman para cambiar de rumbo.
      Bueno, vamos a ver cuando cae otro relato, creo que tardaré un tiempito, que lleva mucho curro y tengo poco tiempo para sentarme a escribir. La próxima entrada seguro que será alguna cosilla más breve.
      Un beso Noelia y gracias por seguirme.

    • Anonymous dice:

      Gracias a Noe por avisar que esto estaba aquí y gracias a Diego por escribirlo me ha encantado!!!
      Rosi

    • Diego Sango dice:

      Me voy a tener que inventar un premio o algo así en el blog para recompensar a Noelia. Creo que es la persona que más me promociona de todos los que sigue la mente corriente.
      Bueno Rosi, me alegra que te haya gustado el relato. Nos vemos por aquí cuando quieras.

  4. Noelia dice:

    jajaja, el premio es el que tú nos das cada vez que escribes. Le deseamos buen viaje a Max y le daremos la bienvenida a los que vengan después. Un abrazo!

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